lunes, 11 de marzo de 2024

(Not) my generation


 

Cuando finalmente encontré una librera que me dijera qué leer de narrativa uruguaya actual, y no Levrero o Mairal, me terminó dando cuatro o cinco libros, entre los que elegí Irse yendo (2022), de Leonor Courtoisie (Montevideo, 1990), que no defraudó.

Irse yendo me pareció una muy interesante novela. Es una novela desestructurada, de esas que van y vienen y ni empiezan ni terminan pero quizás sí. Muchas veces, ese tipo de novelas me dejan pensando que faltó más trabajo, sentarse, pensar, reescribir, pero este no es el caso. Me parece que Irse yendo funciona así, armado con textos muy pequeños, apenas párrafos a veces, que van y vienen en el tiempo.

La narradora es una actriz y escritora uruguaya de 30 años que trata de darle sentido a la cosa escribiendo: “de ninguna manera estaba en mis planes tener treinta años y seguir viviendo en esta casa. La vida se fue dando así, digamos que la vida me fue pasando por encima y me fui quedando. Dejarse estar también es un deporte y debería ser considerado como tal” (p. 87). 

Quizás para entender un poco esto, la narradora rememora su historia, la historia de su familia, mientras todo se cae abajo: su casa, el árbol de su casa, las obras en las que trabaja, su familia, su barrio que se gentrifica. Para eso vuelve una y otra vez a los mismos momentos vitales, por ejemplo, el de la casa anterior en la que vivía su familia, antes de que su padre lo perdiera por la crisis y la merca: “Ese video es de la casa de la hipoteca, la casa del banco, la casa del remate, la casa donde el perro mató al gato. Me cuesta hablar de esa casa. Me cuesta hablar de las casas que tuve que abandonar. Me cuestan los fragmentos que tuve que ir dejando tirados por ahí porque no eran míos. Me cuesta cargar con los restos de los cuerpos.” (p. 35). El volver a lo mismo se potencia con el recurso de la repetición, repetición de los mismos sintagmas en los mismos y en distintos párrafos, lo cual subraya me parece esa manera que tiene la memoria de estructurarse sobre un conjunto limitado de situaciones y momentos sobre los que volvemos una y otra vez. Eso me parece que está muy bien.

También está muy bien el estilo, la forma. Sobre todo me gusta que varía, que puede escribir estas oraciones muy cortas con sintagmas repetidos, o después despacharse con una oración entera de estilo más poético, cortando frases, eliminando signos de puntuación, etc.: “La arenga a lo lejos cualquier vehículo y los tabacos a medio fumar rendidos baldosa junto a los puchos pitados hasta el filtro del afán y las petacas de grapamiel sobrevolando abejas el tedio y la desesperanza tras ver pasar montones pero nunca el indicado” (p. 38). 

Finalmente, hay una crudeza en la descripción de los vínculos, de la madre, de los hermanos y la familia extendida, sobre todo de los varones: “Todos los hombres de mi familia son putos o ausentes y los que no están ausentes son violentos” (p. 45). La única excepción es la abuela muerta, donde sí vemos reconocimiento (“La familia murió en el instante en que mi abuela dejó de respirar. Ella era la que se encargaba de unir a la familia en la casa”, p. 36) y hasta ternura (cuando muere la abuela, esconde “una bolsa de pañuelos en una caja cerrada para preservar su olor” p. 50). Es en esta crudeza, en esta ausencia total de romantización, que encuentro a Courtoisie hermanada, digamos así, con algunas escritoras de su edad de este lado del charco (pienso en Olivia Gallo y en Maga Echebarne, también en Schweblin). Me deprime un poco esta generación, debo admitir, esta nueva generación perdida sin una Primera Guerra Mundial, pero igual disfruté esta lectura como disfruté leer a Olivia y Maga en su momento.

martes, 5 de marzo de 2024

El arte de caminar

 


Leí Bajo influencia, de María Sonia Cristoff. No había leído antes a Cristoff, y me la encontré un día que fui en busca de otra cosa a la Boutique del Libro de San Isidro. En verdad, intuí que la chica que me atendía sabía de libros y le pregunté sobre alguna escritora argentina contemporánea que me pudiera recomendar, y que no fuera las que ya leí y no me gustaron (Enríquez, Schweblin, todas las de moda, básicamente). Me recomendó Bajo influencia, leí el primer párrafo y dije sí, esto puede andar, y lo compré como regalo de navidad para esposa, que lo disfrutó mucho. Y yo también lo disfruté, y esto habla de nuevo de lo que hablaba con el Pobre Crisp, sobre la importancia de un buen librero, o una buena librera, claro.

(Siento que escribo más libre estos posteos, como si me hubiera dado cuenta de que no importa nada, que puedo decir lo que quiera, que igual nadie lee. Y que si leen, igual no me quieren ni me van a querer porque diga o no diga que fui a Rizoma en José Ignacio o a La Boutique del Libro de San Isidro. Creo que me liberó Esteban Schmidt cuando escribió que a veces “se ve tentado a recomendar [a potenciales escritores como yo] que hagan monerías, estupideces, para poder entrar en circulación”. Y me di cuenta de que, si no llego a hacer las monerías, sí trato de esconder a veces un poco aquello que me hace impublicable (soy cheto, de derecha, etc.), para ver si tengo más suerte, pero en verdad me cabe el “tampoco te la vas a coger” de Twitter. Esto es, que haga lo que haga no me van a querer, que no hay lugar para mí acá. Y está bien, es lo que es, get on with it like a good boy. Nada, pensaba esto al escribir de Crisp y ahora volví a pensarlo y dije ma sí, lo meto entre paréntesis).

Bajo influencia relata la desaparición de Tonia, una escritora y traductora de 35 años, acostumbrada a vivir sola y un poco aislada, después de encontrarse y trabar una extraña relación con Cecilio. Lo raro es que la relación se da casi exclusivamente caminando, y a partir de ciertas caminatas juntos, Tonia cae por alguna razón bajo la influencia de Cecilio, que decide hacer de sus caminatas una obra de arte, una serie de performances, en gran medida para poder decirle a su madre, con quien vive, que está haciendo algo de su vida, que es un artissssssta. Tonia entra en esa relación sin entender muy bien por qué y traicionando un poco su forma de vida: “Cualquier cosa que amenazara entonces su disciplina cotidiana amenazaba también su vida entera, o al menos la ponía en las fauces de sus tres grandes temores: la pobreza, la dependencia y la convivencia.” (p. 29) Pero “Cada cual tiene sus principios férreos que traicionar” (p. 30).

El libro está narrado por una amiga de Tonia. En la primera sección, “La conversación”, la amiga conversa con la madre de Tonia, que busca entender qué puede haber pasado con su hija. El formato de diálogo narrado, para ponerle un nombre, me pareció muy bien logrado. Una segunda parte, mínima, casi un separador, se titula “Intervalo”. Y la tercera parte, “La indagación”, es la búsqueda de Tonia por la amiga a pedido de la madre. Ahí nos adentramos en la búsqueda artística de Cecilio, quien le pide ayuda a la cultísima Tonia pero tiende a desoír sus consejos, y termina emulando a un artista (que existeen el mundo real) llamado Francis Alys, a lo que Tonia responde preguntando “si había escuchado hablar de un tal Pierre Menard” (p. 94). Toda la descripción de la búsqueda artística de Cecilio termina en una crítica irónica al mundo del arte -que llega a su cénit en la escena del vernissage de Cecilio- y en una idea de qué es lo que podría haber pasado con Tonia, o de que no importa tanto, porque Tonia siempre estaba anunciando que podría “evaporarse sin explicaciones y sin tragedia” (p. 150) y porque quizás no sea muy sensato que los que se quedan se queden pensando “que los actos de los otros nos están dedicados” (p. 185).

Todo esto se lee muy bien, porque la prosa de Cristoff tiene su musiquita que nos lleva, aún cuando la trama no sea necesariamente tan atrapante. Lo único que me frenó, además de que lo leí en un período sin mucho tiempo, de muchas ocupaciones, y tardé en leerlo más de lo que debería y prestándole seguramente menos atención de la necesaria, es que la edición tiene demasiados pequeños errores y typos, algo que en otro momento no hubiera señalado pero bueno, creo que voy a ser un poco más franco acá. Pero eso no impidió que Bajo influencia haya sido una lectura muy agradable e intersante.


lunes, 26 de febrero de 2024

Libros, libreros y artistas

 


Estuve unas semanas en Punta del Este, República Oriental del Uruguay, y visité algunas librerías en busca de algo para leer. No es que no tuviera libros, había llevado desde casa; pero me dije estoy en Uruguay, qué habrá por acá, y recordé un verano enloquecido con Mario Levrero (hace poco releí la trilogía involuntaria), así que cuando fuimos a pasear por Gorlero, y mi hija del medio pidió ir a ver libros, aproveché y pregunté a la vendedora qué me podía recomendar de narrativa uruguaya contemporánea, de algún joven notable. Lo mismo hice dos veces más y la decepción fue total. Como en muchas librerías argentinas, y sobre todo en las de cadenas, claro, no te atienden libreros sino personal que podría estar afiliado al sindicato de Cavalieri; que lo mismo podría estar vendiendo libros que artículos de tocador o de bazar. En una ocasión mi pregunta fue respondida sólo con una mirada perdida; en otra me recomendaron a Levrero (pero se murió hace casi veinte años, respondí) y en otra me recomendaron a Pedro Mairal, que tiene un costado del Uruguay, pero de la orilla occidental. 

Un día fuimos a una librería nueva en José Ignacio, Rizoma, que es también hotel y café y que es muy bello o bella y ahí sí había gente que sabía de libros, y de lo que ocurría en el mundo literario de aquella y esta orilla del río inmóvil (recuerdo que me mencionaron a Olivia Gallo, por ejemplo). Me llevé dos o tres libros (de los cuales escribiré en algunas semanas seguramente) y me regalaron una cosita bella: Pobre Crisp. Algunos tiestos y fragmentos, de Edmund De Waal, en una edición bilingüe hecha por la librería con traducción de Rosario Lázaro Igoa y en colaboración con otra librería, la John Sandoe, de Londres, y en un papel hermoso.

Pobre Crisp es un libro muy pequeño, hecho de retazos, de fragmentos. De Waal es un artista y escritor, pero sobre todo un alfarero, y el alfarero siempre se queda con pedazos, tiestos, fragmentos. No es extraño que la primera oración sea “Más vasijas rotas. / More broken pots.” (p. 4/19). De Waal nos cuenta de eso, de cómo se rompen las cosas, de cuánto cuesta hacerlas sin que se rompan y de cómo se rompen después. 

Lo hace, primero, contando de su oficio y sus comienzos como alfarero. Luego lo hace con la breve historia de Nicholas Crisp, un alfarero muy poco eficaz muerto en 1774; Wedgwood, uno de los grandes alfareros de su tiempo dice: “Crisp -pobre Crisp- me atormenta Continuamente -siempre persiguiendo- ¡a punto de alcanzarla, pero nunca en posesión de su materia favorita! Hay una buena cantidad de lecciones en la vida del pobre Hombre. / Crisp - poor Crisp- haunts my imagination Continually - Ever pursuing - Just upon the point of overtaking, but never in possession of his favourite subject! There are a good many lessons in the poor Man’s life.” (p. 9/23)

Luego De Waal lo cuenta a través de la historia de una serie de platos de cerámica de Meissen que él tiene. Los platos fueron producidos alrededor de 1760 y formaron parte de una gran colección de una familia judía hasta que fue confiscada tras la Kristallnacht. Gran parte de la colección fue destruida en los bombardeos de Dresden, lo que quedó fue apropiado por Alemania Oriental y luego devuelto a los Klemperer en 1991, quienes donaron parte de ella. Cuenta luego cómo los platos fueron no restaurados sino reparados con laca dorada con el arte japonés del kintsugi. En este tipo de reparación lo roto queda al descubierto, la historia no es borrada. “No se puede restaurar. Restaurar es borrar. / You cannot restore. To restore is to efface.” (p. 11/26). Y, finalmente, De Waal lo cuenta con la escritura, usando a Walser, a quien no leí, hablando de escribir como unir fragmentos, con la idea del artesano, que mete una palabra y luego la otra y va uniendo cosas, tejiendo, armando. Lo puede hacer corto o largo, rápido o lento. Pero “Lo que importa es el ir a trabajar y lo que llevás contigo. / It is the going to work that matters and what you take with you.” (p. 12/27).

La vida y el arte están hechos de fragmentos. De cosas rotas o que se rompen. “Las vasijas se rompen, han de romperse. Las personas se rompen. / Vessels break, are to be broken. People break.” (p. 14/29). 

La literatura, a veces, puede volver a armar, no restaurar, pero sí a rearmar, incluso a reparar. Y las librerías de verdad, como Rizoma y como Eterna Cadencia o tantas más en Buenos AIres, son más que espacios del comercio minorista. Las librerías de verdad, donde hay libreros y no vendedores de salamines, con todo respeto al que se especializa en chacinados, que es una categoría importante en mi vida, son lugares especiales donde se busca que circule esa artesanía, donde se guardan esos fragmentos como en una caja de cristal, o una caja de cerámica traslúcida, como la que nos muestra De Waal al final.

lunes, 19 de febrero de 2024

Si esto no es el fútbol

 


Porque soy fanático del fútbol inglés, y no de la Premier y no de ayer, quise ver la serie de Ryan Reynolds sobre Wrexham, una pequeña ciudad y club de fútbol en el norte de Gales. Welcome to Wrexham, que así se llama la serie, se da por Star+ y me pareció mala. Igual la vi toda porque estaba de vacaciones y porque los episodios son cortos y porque me sigue gustando el fútbol y porque soy, todavía, bastante superyóico con mis consumos culturales. Un boludo, bah. 

Welcome to Wrexham es mala porque parece escrita por un equipo de relacionistas públicos. Esto no es un ataque a los relacionistas públicos (hey, hasta fui uno de ellos sort of por un buen trecho de eso que ya ni da siquiera llamar “mi carrera”). Simplemente se trata de que prefiero que mis consumos culturales sean consumos culturales, y no el intento de alguien por convencerme de algo, que para eso está la publicidad rodeando a los consumos culturales, o algunos de ellos, y a muchas otras cosas, claro. Welcome to Wrexham parece hecho por el relacionista público de Reynolds, queriendo mostrar todo lo bueno que es y cómo quiere hacer lo mejor para el club y la comunidad. Entonces tenemos un episodio sobre lo que hacen para la comunidad con esto y con lo otro, y meten algunas minorities, en un episodio me hablan de todo lo que hicieron por los hinchas con discapacidades y en otro del autismo (ligando al hijo de un jugador con una hincha), y nos muestran a distintos tipos de hinchas y a la comunidad, y la importancia del fútbol femenino, y etc. Pero no es fútbol. O sólo de costado. O un poco.

Welcome to Wrexham me molestó, además, porque es muy sobre Ryan (y un poco menos de Rob, el amiguito que juega muy bien su papel de sidekick, de minor celebrity amiga de la big celebrity). El título, después de un rato, parece que es en verdad que la gente de Wrexham le están dando a Ryan y Rob la bienvenida a Wrexham: qué buenos que son que vinieron para salvarnos. Pero hay algo que me irrita más. Y es que este pibe, este neófito total, de pronto tiene un club de fútbol, lo compra, y no tiene la más puta idea de lo que es el fútbol. Aprende a sufrir fútbol siendo dueño de un club, a los 40 o algo así. Eso no da, está mal. Uno tiene que sufrir de chico en los tablones, con su papá, y después hacerse millonario y comprar un club de fútbol. Pero además, un poco pasa a ser una gran publicidad del fútbol para gringos, una explicación, un tell don’t show, vía el simpático de Ryan (quien, aunque odié la serie, me sigue pareciendo simpatiquísimo, no lo puedo evitar), y el título podría pasar a ser “Welcome to soccer, ehem, football, Ryan”. 

Si esto no es el fútbol, el fútbol dónde está, me preguntarán, y se los responderé. No creo que pueda haber mejor consumo cultural sobre el fútbol que la bellísima novela Fever Pitch, de Nick Hornby (nota mental: releerla pronto, ya). Y en el mundo series, la del Leeds de Bielsa está muy bien, sobre todo porque tiene las dos partes, la debacle y la redención. Pero la mejor serie de fútbol que vi, y acepto de mis fieles lectores, ustedes dos que andan por ahí, recomendaciones, la mejor, lejos, es Sunderland ‘Til I Die. Un club de verdad, hinchas de verdad y fracaso mucho fracaso, que es lo que pasa siempre al final. Y me acabo de enterar, después de escribir esto y antes de publicarlo, que ya está la tercera temporada. En Netflix.

Por lo menos así / leo veo / yo.

martes, 30 de enero de 2024

Contar todo

 


Leí Alguien a quien contarle todo, de Joana D’Alesio, @rejoychu en Twitter y amiga en la vida real, que confirma una vez más que en La Crujía están pasando cosas buenas. El libro es, según la contratapa, “un libro de relatos entrelazados que funciona como una novela rota” y no está mal, me parece, la descripción.

La narradora de los relatos o de la novela es una mujer joven con una hija, un poco neurótica, que nos va contando lo que le pasa como madre, como mujer, como esposa, como hija, como hermana y como amiga, siempre mirándose un poco de costado, como dudando de sí misma, y esa vocecita que se mira y mira al costado y nos cuenta, con humor, lo que le pasa, se me hizo cercana. Por ejemplo, cuando su amiga llora por una pelea menor con la pareja, mientras la narradora está con una preocupación mucho mayor, tiene tiempo para pensar cómo lloran las dos: “Juli cuando llora es más linda todavía que cuando no llora. Sus ojos verdes se vuelven más brillantes. (...) Me da envidia, yo cuando lloro parezco un boxeador medio viejo que acaba de perder la última pelea de su vida, ella en cambio es como una doncella que perdió su conejo blanco.” (p. 30).

Como novela rota, el libro habla de dos grandes duelos, el de la pareja y el de la madre, y de cómo la mujer va a tener que seguir adelante sin esa persona a quien contarle todo. En ese momento, se lee casi como una declaración de amor a la madre: “La odio por haberse muerto antes de tiempo, ¿a quién le voy a contar esto? ¿Con quién voy a hablar de las cosas si no es con ella? Mamá es la única que entendería esta bronca que siento ahora, tengo un agujero en el pecho lleno de lava, me arde.” (p. 71) Pero al final del día todas esas cosas que atraviesa la narradora, eso de pensarse como madre, como mujer, como esposa, como hija, como hermana y como amiga, cuando ya no se procesa hablando con la madre se procesará hablando con sí misma, como ha hecho siempre, con esa vocecita curiosa y cercana que cautiva a lo largo del libro (y, por qué no, escribiendo).