lunes, 19 de mayo de 2014

Somos todos raros


El narrador había dejado de escribir para dedicarse a trabajar, sentía que había “claudicado como artista” y vuelve a escribir con forma de diario: “no estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo (…) esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.” (p. 24-25) 
Nace así El diario de un canalla y el método Levrero de novelar o de escribir: el ingreso al mundo interno de un hombre desde la cotidianidad; la relación del narrador con un pichón de paloma, con un gorrión y con una abeja abren la puerta a un hombre y a su manera de lidiar con la vida, con el miedo a la muerte y con la soledad. Más que una puerta, es un foco, que ilumina partes de la vida interna y externa. Mucho queda allí escondido, no dicho.
La segunda parte del libro tiene Burdeos 1972. En un diario fechado en 2003, el narrador lucha por recordar un momento de su vida 30 años antes en el que, siguiendo a una mujer, se instaló por un tiempo en Francia. De nuevo, la vida cotidiana se impone y el autor puede tomarse cinco páginas para relatar la compra de un reloj de pared o el día a día con la hija de esa mujer. Desde esas historias pequeñas siempre el centro es ese personaje, ese hombre, que es siempre un enigma. “Ahora, en Burdeos, yo estaba viviendo con dos desconocidos: Antoinette y yo.” (p. 106) 
A Levrero se lo conoce como uno de “los raros”, junto con Felisberto Hernández y otros autores uruguayos difíciles de encasillar. En la última entrada de este diario, el narrador recuerda un diálogo con aquella mujer, tiempo antes de la mudanza, a principios de la relación; la francesa le dijo: "Sos raro como gente". Todos lo somos, quizás, y esta rara forma de literatura es una manera de enfrentar la propia rareza.

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