martes, 14 de julio de 2015

Furia


Me salió quince pesos. Ahora está entre Fante y Fitzgerald.

Los especialistas coinciden en que uno de los temas principales de The Sound and the Fury, de William Faulkner, es el tiempo. Así, resulta interesante el hecho de que yo haya tardado tres semanas en terminar esta novela de menos de 400 páginas. El tiempo que llevó a la familia Compson a la decadencia, el tiempo que el hijo con problemas mentales Benjy no logra comprender, el tiempo desfasado de Caddy, la hija con la que los tres hermanos están obsesionados, se manifiesta en mi lectura en otro detalle: en la primera hoja del libro, en lápiz negro, algún librero hace años anotó que el precio del libro era $15,90. No recuerdo cuándo ni dónde compré este ejemplar, de la colección Vintage, pero sí tengo la imagen de este libro en la biblioteca que tenía en mi habitación en la casa de mis padres, hace casi veinte años.
Todo esto parece una introducción para decir que la novela es muy difícil. Hace dos semanas, mi amigo Mike me vio leyéndolo y me dijo que sí, que la había leído, pero que le había parecido "hard work". Le dije que era la tercera o cuarta vez que la había empezado y que estaba a punto de volver a dejarla. "No podés", me dijo en su español con fuerte acento americano, "ya pasaste lo peor". Era verdad, ya había pasado lo peor. La novela cuenta la decadencia de la familia Compson en cuatro capítulos: en el primero, el narrador es Benjy, un hombre de más de 30 con severos problemas mentales. Como tal, no distingue el paso del tiempo, y toda la historia de la familia aparece en su narración mezclada, como un presente continuo, y el capítulo se hace casi ilegible. El segundo capítulo es la narración de más o menos lo mismo, pero 18 años antes, por Quentin, el hermano mayor. También es un capítulo difícil de leer, porque es el fluir de conciencia de un hombre que está a punto de suicidarse. El tercer capítulo, de vuelta en 1928, lo narra Jason Compson IV, el hermano despreciable y despreciado, cuya narración es interesada y agresiva, pero al menos coherente. Allí el libro se hace más sencillo, pero uno ya está agotado. El último capítulo, también narrado desde 1928, es responsabilidad de un narrador omnisciente y por primera vez tenemos una alegría desde lo formal, tenemos metáforas e imágenes, tenemos atención al detalle y tenemos una estructura narrativa.
¿Valió la pena? Difícil decirlo. Quizás, más adelante, pueda leerlo de nuevo y darme cuenta. Con más furia que placer, lo terminé, con ayuda de un libro de notas. Como para nosotros, los lectores, el tiempo pasa para todos los personajes de Faulkner: algunos no logran entenderlo y otros no logran sobrellevarlo; sólo unos pocos, como el ama de llamas Dilsey, logran enfrentar la vida con entereza. "'Nah te preocupé', dijo Dilsey. 'El principio yo lo vi, e ahora se veo el final'." (p. 344) 

Original de la cita
"Never you mind," Dilsey said. "I seed the beginnin, en now I sees de endin." (p. 344)

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